lunes, 21 de enero de 2008

Perdón y memoria

Hace algunos días, incomodado por el frío de esa noche en un céntrico café –con una mujer bonita junto a mí–, tuve tiempo para divagar un poco. El silencio del pensar es un buen refugio para evadir la desazón que sentimos en ciertas situaciones. Y mientras veía alrededor para confirmar la incomodidad me puse a reflexionar en compañía. Hice mi habitual gesto de tomar una servilleta, sacar mi pluma favorita y comenzar a escribir para mí…

Habría que explicar el predominio de un sentimiento en su relación con la memoria. Quizás antes de tratar de la naturaleza de cualquier sentimiento se debería considerar su existencia en el recuerdo. Aunque podría considerarse esta relación de una manera un tanto accidental, debido a la existencia de tantos sentimientos y emociones…

Esto era lo que alcancé a rayar en el papel desechable antes de poder salir de esa solitaria reflexión, que interrumpí muchas veces para ejercitar mi voyerismo en el interior de ese café. Como tantos otros pensamientos escritos en servilletas éste se halla condenado al olvido, a la falta de un pensamiento continuo. Dejando de lado la queja, quiero pensar ahora aquello que en aquel momento estaba tratando de sacar de mi cabeza… y mi corazón.

Pensaba en el rencor, que es una forma de odio persistente. Al instante de mencionar la persistencia recuerdo el nombre de un cuadro de Dalí, que siempre confundo y que me hizo relacionar sentimiento y memoria.
Entonces, sin importar lo intrascendente o elemental que haya sido un sentimiento excitado durante nuestra existencia, si no establece una marca en nosotros; aquello que comúnmente califico –hablo en primera persona, pues no sé si los demás estén de acuerdo— como significado; entonces no importará porque será olvidado. Suponiendo que recordar y olvidar sea un suceso íntimo que se dé algunas veces debido a aquello que pueda ser importante y significativo para una persona, habría que preguntarse por qué es importante el rencor, por qué odiamos y odiamos durante algún tiempo. Así, podría conjeturarse que el odio y el rencor tengan que ver con la supervivencia: el recuerdo de que el fuego quema y es importante no intentar tocarlo. Tales sentimientos nos separarían de aquellas personas que nos han lastimado y que pueden trastocar nuestra existencia. Aunque pueda no tratarse de una situación de vida o muerte, sentir odio o rencor puede mantener algo de esa necesidad de autopreservación. Nuestra naturaleza interior parece ser un poco más complicada que la de otros seres vivientes. Dejando de lado la necesidad de recordar quiénes nos han lastimado para seguir vivos, ahora recordamos para preservar nuestro mundo interior.

Alguna vez un maestro de filosofía nos dijo que el perdón era una de las formas de cambiar el pasado. En este momento creo que las categorías de tiempo sólo tienen sentido en el acomodo que nosotros le damos, más que un a priori inalterable. Pensamos el tiempo en gran medida como se nos ha enseñado a hacerlo. Luego, pasado y memoria pueden ser lo mismo. –Dejaré ahora la discusión sobre esta posibilidad de lado—. Pero esto nos permite sopesar la alternativa de pensar que podemos cambiar un sentimiento tan vivo como el odio si somos capaces de ver su inutilidad. Sin embargo, para que esto sea verdad debemos juzgar que dicho sentimiento cumple esta función que he descrito.

Frente a la consciencia de lo inútil del rencor, cuando en nuestra vida hemos encontrado junto a nuestra vulnerabilidad la capacidad de experimentar la alegría nuevamente, existe la posibilidad de la renovación de nuestra confianza en nosotros mismos.

miércoles, 9 de enero de 2008

Año Nuevo

Lo que comienza, lo que se abre, lo que toca fibras nuevas o remueve las viejas. Otra promesa. Renovemos nuestros votos, cumplamos nuestro compromiso, volvamos nuestros rostros y cara a cara besémonos nuestra frente. Te he dejado ir, aunque siempre te he querido a mi lado. En el fondo de mi corazón sé que no te marchas realmente, porque me has dejado algo: en eso se cimenta mi fe. Aunque las creencias sólo sirven para traicionarnos. Pero si alguna vez he dejado todo por ti, ahora puedo dejarte también a ti. ¡Márchate! El mar siempre suspira con su piel de animal inquieto y yo estoy triste con mi infinita nostalgia. Dios me ha dado eso, parte de su nostalgia. Puedes irte. He guardado un beso que nunca te di, que no te daré jamás pero que es tuyo, tanto como tu propia vida. El viento sueña cuando vuela, ¿lo sabías? ¡Qué dulce es el amor! y amargo. ¡Véte!, pero te amo.