jueves, 13 de marzo de 2008

Amor y esperanza

El amor, como toda esperanza, nace de nuestras miserias.

El verse reducido a aquellos márgenes donde la racionalidad y el temperamento se desdibujan, y se muestran tan cercanos una del otro al filo de una verdadera sinrazón —si es que hay en la vida razón—es lo que me lleva a postular la anterior fórmula. Por otra parte, si el amor se confunde con la esperanza, y si de algún modo durante la existencia pueden ser enteramente indistinguibles es porque representan un balbuceo entremezclado, una aceptación del irreparable presente únicamente asimilable bajo una forma humana. La “objetividad”, como expectativa de la realidad pretende ser de un talante distinto a la esperanza. Sin embargo, ambas predictibilidad objetiva y esperanza aparecen bajo el símbolo de lo posible: aquello que puede ser real. Esto es, para fines verdaderamente prácticos, valen lo mismo. Hasta ahora no se ha dicho nada nuevo.

El papel que juega la esperanza, esa forma humana expresada líneas atrás, es propiciar siempre la posibilidad. No importa verdaderamente el estatuto que sea quiera ofrecer o imponer a esta forma de hablar (y tratar) de la realidad: sueño, fantasía, posibilidad, recurso último frente al destino o lo inexorable. La importancia de la esperanza es su capacidad de demoler, precisamente, el estatuto de lo imposible.

miércoles, 5 de marzo de 2008

Se busca...

Mujer bonita, castaña, de habla inteligente y maneras delicadas, tierna.

Mujer que sepa aprisionar y esconder su perfume, que siembre rosas de terciopelo en su jardín y sueñe en tonos sutiles y fragantes.

Se desea mujer que inocule el veneno brillante de sus ojos agonizantes, como un amanecer de fin de verano… que se resista a los besos largos, que presente tenaz oposición a las caricias. Mujer que no admita regalos de labios tímidos e inquietos.

Se quiere una mujer como laberinto, atrapada en su propio pecho. Mujer que desnuda sea más completa que vestida. Se solicita una mujer sin concesiones… y una mujer con pretextos.

Se persigue una mujer que quiera ser amada y se inquiete ante las palabras fuertes. Alborozada como secreto, inoportunamente inflamable e inextinta. Mujer que busque su momento.

Se necesita la mujer que eres tú.

No llega sola, hay que llevarla a casa

Tuve un encuentro casual y fugaz, casi un roce con un fantasma-del-pasado, pero sólo le di vista con el rabillo del ojo. Ella también me vio, diría que hasta se sorprendió de verme, – ¿será la situación natural cuando se entrecruzan esas sombras de lo que todos fuimos?—. Era de noche, cada uno atravesando la calle acompañado y a contracorriente. Traté de ignorarla y ella supo corresponder: la vida civilizada es algunas veces es tan aburrida…

Sí, la memoria es el único defecto verdadero del tiempo. Regularmente celebramos la insistencia de estar, una cierta perseverancia contra la muerte. Deberíamos aprender a festejar también lo otro, al fin y al cabo estamos tan vivos como muertos. Espero que no se me tome como una suerte de vulgar pesimismo, sino como una reivindicación de algunos hechos de la existencia. Celebrar la muerte también puede dar paso a un sano olvido y permitir el renacimiento o la regeneración.

Creo que el único inconveniente que tengo en mi vida respecto a la sociedad es la soledad, si bien nunca se puede estar seguro de que sea un defecto. Decía un italiano que en la soledad se pierde la misantropía, pero es tan fácil ser escéptico cuando nos afanamos tanto en ser detestables como individuos y como especie –ángeles rotos me parece una imagen apropiada—. Por otra parte, existe en lo artificial, que es lo verdaderamente humano, el desencanto de todo lo accesorio. Sin embargo, insisto, es lo único auténticamente humano: así es, precisamente, el arte. Lo demás queda tradicionalmente asociado y relegado a nuestra “naturaleza animal”, para denuesto de los pobres bichos. Aunque es necesario recordar que tanto la vida solitaria como la sociedad ambos son ya artificios humanos. Un regreso a la soledad no puede ser un retorno a nuestra naturaleza, y nuestra vida social está fundada sobre el mundo del lenguaje: la herramienta de nuestro ser (o su albergue según Heidegger).

La tibia nostalgia que encienden los susodichos espectros me fue infundida nuevamente hoy, varias semanas después del avistamiento fantasmal. En una pequeña mujer completamente ajena vi el semblante de un gran amor fallido. Me dejó atónito. Perdí voz y aliento, el sueño de las lágrimas tentaba mis ojos incrédulos. Eran tan claras sus facciones y en ellas ella, la lejana, la sirena. El sentimiento es lo más fácil, un percance inevitable de ser: aquel día fue de melancolía.

martes, 4 de marzo de 2008

Libertad es Deseo

Alguna vez algún idiota dijo que la vida era como una caja de chocolates. La vida puede ser muchas cosas, pero que poca madre compararla con una caja de chocolates. Lo peor del caso son los crédulos, aquellos conmovidos por la ternura fácil y mercenaria que no hace del amor más que un sentimiento complaciente y anodino. Sin embargo, dicha credulidad no puede ser más que fingida o producto basto del ocio de no-ser.

En el mundo antiguo se propagó la optimista convicción de que la inmoralidad no se trataba más que de un error: un fallo del cálculo racional. Sade nos ayudó a ver que también podía tratarse de un credo maldito, pues sus contemporáneos condenaban lo que entonces se consideraba y era naturaleza a padecer el artificio perverso de la razón. Sade, también maldito por atreverse a salir dos veces del silencio: del ropero y de la consciencia, anticipó en algo a Nietzsche, aunque sus ambiciones fueran más bajas.
La romántica imagen de la perversidad, entregarse a las bajas pasiones descritas por el divino marqués, significaría la más radical de las rebeldías: atreverse a ser uno mismo más allá de las impugnaciones de los demás. Un funesto heroísmo que no deja de ser ejemplar, aunque conlleve riesgo y horror.

En el fondo ver de frente la vida significa afirmar su fondo de horror, de desilusión y de tedio, donde la esperanza es un contrapeso que comporta también un grado sumo de ceguera.
Sin embargo, cabe una última vindicación: Porque soy libre abrazo una decisión, por cada golpe de mi corazón, en la expansión de mi pecho, está latente un sí preludio de mi libertad.

Por cierto, amo los chocolates.

Amor a Dios

Mi amor a Dios es la soberbia, esa advertencia elogiosa y exagerada que la humanidad tiene de sí misma. Al final de cuentas, al margen de cualquier idea de dios, estamos solos, abandonados a nuestra locura con ese don particular que representa para una religión un pecado capital. Sin embargo, lo capital es un detalle mínimo, un error apenas censurable frente a la sencillez aplastante, meramente cuantitativa, de la naturaleza. Como seres humanos nuestra existencia es tan ridícula como la idea del átomo, una referencia que no tiene nada que ver más que con nosotros mismos. ¿Qué puede hacer pensar a un hombre que sus gestos puedan tener importancia frente a lo inmenso, lo inestimable, lo inefable? Únicamente esa misma soberbia. Solamente ante lo moral, es decir, ante el hombre mismo.

El gesto es la manifestación del gesticulador, particularmente si su escenario está a oscuras. No se sabe observado, pero tiene una fe inquebrantable en serlo por la mera existencia de los ojos. Esta apetecida ubicuidad de la vista promueve una falsa paranoia y una exagerada proyección hacia el abismo un producto del egotismo. Dios no es dios. Ante el silencio divino sólo queda el gesto místico sin garantía: la gracia. Sin gracia sólo nos queda el ridículo: un solemne gesto fallido. Es una línea muy delgada, a pesar de que se despliegue frente al infinito, la que se transitamos por nuestras creencias más ambiciosas. Empero, está la apuesta de Pascal, hombre práctico al final de cuentas.