miércoles, 5 de marzo de 2008

No llega sola, hay que llevarla a casa

Tuve un encuentro casual y fugaz, casi un roce con un fantasma-del-pasado, pero sólo le di vista con el rabillo del ojo. Ella también me vio, diría que hasta se sorprendió de verme, – ¿será la situación natural cuando se entrecruzan esas sombras de lo que todos fuimos?—. Era de noche, cada uno atravesando la calle acompañado y a contracorriente. Traté de ignorarla y ella supo corresponder: la vida civilizada es algunas veces es tan aburrida…

Sí, la memoria es el único defecto verdadero del tiempo. Regularmente celebramos la insistencia de estar, una cierta perseverancia contra la muerte. Deberíamos aprender a festejar también lo otro, al fin y al cabo estamos tan vivos como muertos. Espero que no se me tome como una suerte de vulgar pesimismo, sino como una reivindicación de algunos hechos de la existencia. Celebrar la muerte también puede dar paso a un sano olvido y permitir el renacimiento o la regeneración.

Creo que el único inconveniente que tengo en mi vida respecto a la sociedad es la soledad, si bien nunca se puede estar seguro de que sea un defecto. Decía un italiano que en la soledad se pierde la misantropía, pero es tan fácil ser escéptico cuando nos afanamos tanto en ser detestables como individuos y como especie –ángeles rotos me parece una imagen apropiada—. Por otra parte, existe en lo artificial, que es lo verdaderamente humano, el desencanto de todo lo accesorio. Sin embargo, insisto, es lo único auténticamente humano: así es, precisamente, el arte. Lo demás queda tradicionalmente asociado y relegado a nuestra “naturaleza animal”, para denuesto de los pobres bichos. Aunque es necesario recordar que tanto la vida solitaria como la sociedad ambos son ya artificios humanos. Un regreso a la soledad no puede ser un retorno a nuestra naturaleza, y nuestra vida social está fundada sobre el mundo del lenguaje: la herramienta de nuestro ser (o su albergue según Heidegger).

La tibia nostalgia que encienden los susodichos espectros me fue infundida nuevamente hoy, varias semanas después del avistamiento fantasmal. En una pequeña mujer completamente ajena vi el semblante de un gran amor fallido. Me dejó atónito. Perdí voz y aliento, el sueño de las lágrimas tentaba mis ojos incrédulos. Eran tan claras sus facciones y en ellas ella, la lejana, la sirena. El sentimiento es lo más fácil, un percance inevitable de ser: aquel día fue de melancolía.

No hay comentarios: