jueves, 16 de octubre de 2008

Pervertido

Hacen tanta gracia quienes creen que Dios endosa sus reglas, como si aquello que está más allá de lo eterno se plegase a nuestra común estupidez.

lunes, 13 de octubre de 2008

Misoginia

Misoginia es el acto de considerar a las mujeres en su justa dimensión sabiendo que no se puede escapar a ellas. Entiéndase que no hay aquí apología a la violencia ni al desproporcionado temor a ellas. Un hombre cobarde no es más que un niño que no acepta su temor y se arrebata. Quizás sólo un idiota con dientes. Las debilidades, incluso sutiles, son defectos del cuerpo y del carácter.

Continuando el alegato: Mujeres reales son lo que queda después de que el maquillaje se ha corrido. Verdaderas mujeres son las que saben vivir sin él. En realidad esto vale para cualquiera. Si el carácter ha emergido y opacado al cuerpo no son necesarios los cosméticos. Pero como tantas otras cosas en la mujer luce y parece "natural".

El percance de conocer una mujer y combinarlo con el amor se paga, regularmente, arruinando alguna buena costumbre.

El silencio de una mujer en la cama es el más honesto de sus silencios. Ahí conoce que en los momentos más importantes las palabras huecas sobran. Nosotros haríamos bien si dejáramos razonamientos a un lado y nos concentráramos en lo que los animales hacen tan bien: saber el tiempo del amor.

miércoles, 23 de julio de 2008

Índice de maldad

1. ¿Para qué criar cuervos? Sólo ten amigos.
2. Domestica una mujer, tómala y llévala a tu casa. Verás.
3. Ama sólo a ti mismo por sobre la nada.
4. Andando por las calles, piérdete sin ganas y sálvate.
5. Ama a medias.
6. Plagia a un loco.
7. Corre, ve tras un evangelista iluminado.
8. Equivoca las palabras dichas a tu amante.

sábado, 12 de julio de 2008

Obedecer

He confesado a la menor oportunidad no contar con buen oído. La desventaja que esto pueda suponer pasa completamente inadvertida para mí. Más bien es la excusa para evitar entrar discusiones sobre sutilezas musicales... entre otras. Existen tantas cosas que parecen en general tan importantes para tantos, que guardan infinitos secretos pero me son completamente vedados.

martes, 1 de julio de 2008

Fanatismo y tangibilidad

En los espacios comunes, donde la multitud se compacta hasta la incomodidad de propagar el calor propio para beneficio del tufo también común, es difícil hallar un taciturno sosiego. Me parece extraño. En alguna época de mi media vida he tenido el placer de acomodarme, amoldarme al cuerpo ajeno en un abrazo para compartir ese mismo calor. Al mismo tiempo, mi fascinación por las caricias halla su rabiosa antípoda en la repugnancia del roce en público con otras personas que son totalmente extrañas. Si bien la ocasional caricia de un bello cuerpo femenino es siempre deseada en la fantasía transeúnte. A pesar de estas superficiales contradicciones, que no niego han de guardar nerviosas raíces en algún lugar más profundo que mi anatomía, tengo siempre presente el placer de tocar. Frente a los privilegios de la vista, fervientes pero distantes, producto de una equívoca templanza contemplativa (el peso de la mirada) existe siempre la posibilidad contundente de la presencia opuesta, honestamente palmaria, que deroga separación. El tacto es el único sentido que nos regala una rotunda noción de seguridad.

Tacto es lo que hace música, aquél encuentro de opuestos referido por Heráclito de donde nace la armonía. Esa música superficial y profunda; contradictora al fin, pues la piel se opone también aquí a la palabra y la remplaza con el favor de lo que se antoja como lo más real. Es silente pero nos mueve. Una mano corriendo hace a nuestros ojos cerrarse: nos reconcentramos en nosotros mismos para ser agua para la caricia. Armonía que nace en el silencio y se prolonga. Placer cierto que se reproduce en las penumbras.

martes, 17 de junio de 2008

El placer de degustar

El placer del gusto es un de los más rudos goces a los que debe someterse el ser humano. El tacto íntimo y disolvente que se guarda en la lengua se cuida poco del pudor una vez que ha sido ofrecido. Rechazar es tardío a lo que ha caído en ese ávido músculo ungido de miel transparente y ligera, tibio con la llama oculta de un rescoldo olvidado. Sazonado con el aliento bruto que huye del pecho, bañado con las especias de lo que nos nutre. Sin embargo, dulce es la miel y cargada, embriagante como la fruta madura y su licor. Más dulce aún el compartir el gusto con otro semejante, el encuentro sin metáforas de dos alientos acezantes que hunden la voz y la postergan.

La Derrota

¿Cuál es el sentido de la derrota?
Debería preguntarse si el sentido de la derrota es el mismo al de error. Aunque el primero parece tener una filiación más cercana al ánimo beligerante, el otro con la tradición de la razón y el conocimiento. Sin embargo, no necesariamente la derrota puede ser producto del error, y quién sabe si un error conduzca a la derrota.

La vida está hecha de error. Es falible. Pretender lo contrario es mentir, engañarse. La vida es incontrolable --quizá de ahí que sea femenina la palabra--, pero muestra también la fuerza humana. Si como personas somos capaces de sobreponernos a los fallos y continuar, quiere decir que el error no es absoluto. El error es sólo un plazo vencido antes de tiempo, antes de la asunción de una idea mediante su realización en comunidad con el mundo.

Así, la derrota puede tener un paralelo: la derrota es la alternativa a una idea de éxito. Frente a la ignorancia que nos es revelada en el error, la derrota nos muestra el fallo de nuestro deseo. Mucho más combativo que las tradiciones apaciguadoras de la razón. Lo que descubren tanto el éxito como la derrota tiene que ver más con la sabiduría y la vida, que con un superficial conocimiento de las cosas: tiene que ver con el sabor de nuestra propia y real existencia. No con la entidad abstracta de lo que somos.

El error nos puede dar un sí y un no; y afirma después que significan ese sí y ese no. La derrota nos dice porque es deseable el sí y temible el gran no. El error puede ser tomado hegelianamente, y decirse con serenidad de que cumple una función que nos pone en armonía con la realidad. La derrota nos muestra que la voluntad es feroz y el deseo nos carcome.

La belleza del deseo que carcome es que jamás se satisface, no pude yacer henchido al lado nuestro. No se llena de nuestra carne aunque nos vaya minando. Al contrario, puede llevarnos hasta los huesos y seguir espoleándonos, empujándos irrebatible y sin fatiga. Silencioso y contundente como un pequeño Eros enloquecido con espejo.

El sentido de la derrota es que nos pone en juego, nos reclama y nos humilla. Pone en evidencia la flaqueza de nuestro ser y nuestros triviales deseos. Nos devuelve a nuestro vulnerable querer de infancia... "como quitar el dulce a un niño". El derrotado es el niño, el ser humano que piensa que domina la naturaleza propia y de las cosas. Es el hombre que no ha podido vivir consigo mismo, quien no ha hallado la paz de la tregua.

Olor

El amor se puede reducir a los olores esenciales del cuerpo. Quien está dispuesto a compartir la existencia contigo reconoce tu animal presencia mediante los signos ciegos del sudor, la saliva y todos los demás fluidos elementales que permean nuestras ropas, que manchan nuestras cosas, que gotean o chorrean desde nuestra piel, los poros y demás orificios. Perfumes de nuestra segunda presencia, mediante estos restos el fantasma de nuestra memoria gana peso, se vuelven un monumento contundente cuando abandonamos un lugar. Llenan nuestras camisas, el sillón donde nos dejamos caer, abundan en nuestro lecho mojando sábanas, dejando nuestro inevitable sabor. La experiencia de la vida se hace más honda cuando recuperamos recuerdos a través de ese apéndice animal que es el olfato. Marginado al extremo de un sentido casi ornamental mediante él recuperamos un vínculo extraño con nuestra tierra. Nuestro atrofiado olfato nos obliga a pegarnos a las cosas, a hacer físico el acercamiento, a degustar casi, --por un delirio de tendencias delicadamente seductoras-- recobrando la distancia que la rutina a cubierto con desenfado e ignorancia: con tonta indiferencia.

¡Qué ebrio placer el olfato cuando va acercando a los amantes, cuando los hace encontrarse sin andar a tientas en la oscuridad del amor!

jueves, 13 de marzo de 2008

Amor y esperanza

El amor, como toda esperanza, nace de nuestras miserias.

El verse reducido a aquellos márgenes donde la racionalidad y el temperamento se desdibujan, y se muestran tan cercanos una del otro al filo de una verdadera sinrazón —si es que hay en la vida razón—es lo que me lleva a postular la anterior fórmula. Por otra parte, si el amor se confunde con la esperanza, y si de algún modo durante la existencia pueden ser enteramente indistinguibles es porque representan un balbuceo entremezclado, una aceptación del irreparable presente únicamente asimilable bajo una forma humana. La “objetividad”, como expectativa de la realidad pretende ser de un talante distinto a la esperanza. Sin embargo, ambas predictibilidad objetiva y esperanza aparecen bajo el símbolo de lo posible: aquello que puede ser real. Esto es, para fines verdaderamente prácticos, valen lo mismo. Hasta ahora no se ha dicho nada nuevo.

El papel que juega la esperanza, esa forma humana expresada líneas atrás, es propiciar siempre la posibilidad. No importa verdaderamente el estatuto que sea quiera ofrecer o imponer a esta forma de hablar (y tratar) de la realidad: sueño, fantasía, posibilidad, recurso último frente al destino o lo inexorable. La importancia de la esperanza es su capacidad de demoler, precisamente, el estatuto de lo imposible.

miércoles, 5 de marzo de 2008

Se busca...

Mujer bonita, castaña, de habla inteligente y maneras delicadas, tierna.

Mujer que sepa aprisionar y esconder su perfume, que siembre rosas de terciopelo en su jardín y sueñe en tonos sutiles y fragantes.

Se desea mujer que inocule el veneno brillante de sus ojos agonizantes, como un amanecer de fin de verano… que se resista a los besos largos, que presente tenaz oposición a las caricias. Mujer que no admita regalos de labios tímidos e inquietos.

Se quiere una mujer como laberinto, atrapada en su propio pecho. Mujer que desnuda sea más completa que vestida. Se solicita una mujer sin concesiones… y una mujer con pretextos.

Se persigue una mujer que quiera ser amada y se inquiete ante las palabras fuertes. Alborozada como secreto, inoportunamente inflamable e inextinta. Mujer que busque su momento.

Se necesita la mujer que eres tú.

No llega sola, hay que llevarla a casa

Tuve un encuentro casual y fugaz, casi un roce con un fantasma-del-pasado, pero sólo le di vista con el rabillo del ojo. Ella también me vio, diría que hasta se sorprendió de verme, – ¿será la situación natural cuando se entrecruzan esas sombras de lo que todos fuimos?—. Era de noche, cada uno atravesando la calle acompañado y a contracorriente. Traté de ignorarla y ella supo corresponder: la vida civilizada es algunas veces es tan aburrida…

Sí, la memoria es el único defecto verdadero del tiempo. Regularmente celebramos la insistencia de estar, una cierta perseverancia contra la muerte. Deberíamos aprender a festejar también lo otro, al fin y al cabo estamos tan vivos como muertos. Espero que no se me tome como una suerte de vulgar pesimismo, sino como una reivindicación de algunos hechos de la existencia. Celebrar la muerte también puede dar paso a un sano olvido y permitir el renacimiento o la regeneración.

Creo que el único inconveniente que tengo en mi vida respecto a la sociedad es la soledad, si bien nunca se puede estar seguro de que sea un defecto. Decía un italiano que en la soledad se pierde la misantropía, pero es tan fácil ser escéptico cuando nos afanamos tanto en ser detestables como individuos y como especie –ángeles rotos me parece una imagen apropiada—. Por otra parte, existe en lo artificial, que es lo verdaderamente humano, el desencanto de todo lo accesorio. Sin embargo, insisto, es lo único auténticamente humano: así es, precisamente, el arte. Lo demás queda tradicionalmente asociado y relegado a nuestra “naturaleza animal”, para denuesto de los pobres bichos. Aunque es necesario recordar que tanto la vida solitaria como la sociedad ambos son ya artificios humanos. Un regreso a la soledad no puede ser un retorno a nuestra naturaleza, y nuestra vida social está fundada sobre el mundo del lenguaje: la herramienta de nuestro ser (o su albergue según Heidegger).

La tibia nostalgia que encienden los susodichos espectros me fue infundida nuevamente hoy, varias semanas después del avistamiento fantasmal. En una pequeña mujer completamente ajena vi el semblante de un gran amor fallido. Me dejó atónito. Perdí voz y aliento, el sueño de las lágrimas tentaba mis ojos incrédulos. Eran tan claras sus facciones y en ellas ella, la lejana, la sirena. El sentimiento es lo más fácil, un percance inevitable de ser: aquel día fue de melancolía.

martes, 4 de marzo de 2008

Libertad es Deseo

Alguna vez algún idiota dijo que la vida era como una caja de chocolates. La vida puede ser muchas cosas, pero que poca madre compararla con una caja de chocolates. Lo peor del caso son los crédulos, aquellos conmovidos por la ternura fácil y mercenaria que no hace del amor más que un sentimiento complaciente y anodino. Sin embargo, dicha credulidad no puede ser más que fingida o producto basto del ocio de no-ser.

En el mundo antiguo se propagó la optimista convicción de que la inmoralidad no se trataba más que de un error: un fallo del cálculo racional. Sade nos ayudó a ver que también podía tratarse de un credo maldito, pues sus contemporáneos condenaban lo que entonces se consideraba y era naturaleza a padecer el artificio perverso de la razón. Sade, también maldito por atreverse a salir dos veces del silencio: del ropero y de la consciencia, anticipó en algo a Nietzsche, aunque sus ambiciones fueran más bajas.
La romántica imagen de la perversidad, entregarse a las bajas pasiones descritas por el divino marqués, significaría la más radical de las rebeldías: atreverse a ser uno mismo más allá de las impugnaciones de los demás. Un funesto heroísmo que no deja de ser ejemplar, aunque conlleve riesgo y horror.

En el fondo ver de frente la vida significa afirmar su fondo de horror, de desilusión y de tedio, donde la esperanza es un contrapeso que comporta también un grado sumo de ceguera.
Sin embargo, cabe una última vindicación: Porque soy libre abrazo una decisión, por cada golpe de mi corazón, en la expansión de mi pecho, está latente un sí preludio de mi libertad.

Por cierto, amo los chocolates.

Amor a Dios

Mi amor a Dios es la soberbia, esa advertencia elogiosa y exagerada que la humanidad tiene de sí misma. Al final de cuentas, al margen de cualquier idea de dios, estamos solos, abandonados a nuestra locura con ese don particular que representa para una religión un pecado capital. Sin embargo, lo capital es un detalle mínimo, un error apenas censurable frente a la sencillez aplastante, meramente cuantitativa, de la naturaleza. Como seres humanos nuestra existencia es tan ridícula como la idea del átomo, una referencia que no tiene nada que ver más que con nosotros mismos. ¿Qué puede hacer pensar a un hombre que sus gestos puedan tener importancia frente a lo inmenso, lo inestimable, lo inefable? Únicamente esa misma soberbia. Solamente ante lo moral, es decir, ante el hombre mismo.

El gesto es la manifestación del gesticulador, particularmente si su escenario está a oscuras. No se sabe observado, pero tiene una fe inquebrantable en serlo por la mera existencia de los ojos. Esta apetecida ubicuidad de la vista promueve una falsa paranoia y una exagerada proyección hacia el abismo un producto del egotismo. Dios no es dios. Ante el silencio divino sólo queda el gesto místico sin garantía: la gracia. Sin gracia sólo nos queda el ridículo: un solemne gesto fallido. Es una línea muy delgada, a pesar de que se despliegue frente al infinito, la que se transitamos por nuestras creencias más ambiciosas. Empero, está la apuesta de Pascal, hombre práctico al final de cuentas.

lunes, 21 de enero de 2008

Perdón y memoria

Hace algunos días, incomodado por el frío de esa noche en un céntrico café –con una mujer bonita junto a mí–, tuve tiempo para divagar un poco. El silencio del pensar es un buen refugio para evadir la desazón que sentimos en ciertas situaciones. Y mientras veía alrededor para confirmar la incomodidad me puse a reflexionar en compañía. Hice mi habitual gesto de tomar una servilleta, sacar mi pluma favorita y comenzar a escribir para mí…

Habría que explicar el predominio de un sentimiento en su relación con la memoria. Quizás antes de tratar de la naturaleza de cualquier sentimiento se debería considerar su existencia en el recuerdo. Aunque podría considerarse esta relación de una manera un tanto accidental, debido a la existencia de tantos sentimientos y emociones…

Esto era lo que alcancé a rayar en el papel desechable antes de poder salir de esa solitaria reflexión, que interrumpí muchas veces para ejercitar mi voyerismo en el interior de ese café. Como tantos otros pensamientos escritos en servilletas éste se halla condenado al olvido, a la falta de un pensamiento continuo. Dejando de lado la queja, quiero pensar ahora aquello que en aquel momento estaba tratando de sacar de mi cabeza… y mi corazón.

Pensaba en el rencor, que es una forma de odio persistente. Al instante de mencionar la persistencia recuerdo el nombre de un cuadro de Dalí, que siempre confundo y que me hizo relacionar sentimiento y memoria.
Entonces, sin importar lo intrascendente o elemental que haya sido un sentimiento excitado durante nuestra existencia, si no establece una marca en nosotros; aquello que comúnmente califico –hablo en primera persona, pues no sé si los demás estén de acuerdo— como significado; entonces no importará porque será olvidado. Suponiendo que recordar y olvidar sea un suceso íntimo que se dé algunas veces debido a aquello que pueda ser importante y significativo para una persona, habría que preguntarse por qué es importante el rencor, por qué odiamos y odiamos durante algún tiempo. Así, podría conjeturarse que el odio y el rencor tengan que ver con la supervivencia: el recuerdo de que el fuego quema y es importante no intentar tocarlo. Tales sentimientos nos separarían de aquellas personas que nos han lastimado y que pueden trastocar nuestra existencia. Aunque pueda no tratarse de una situación de vida o muerte, sentir odio o rencor puede mantener algo de esa necesidad de autopreservación. Nuestra naturaleza interior parece ser un poco más complicada que la de otros seres vivientes. Dejando de lado la necesidad de recordar quiénes nos han lastimado para seguir vivos, ahora recordamos para preservar nuestro mundo interior.

Alguna vez un maestro de filosofía nos dijo que el perdón era una de las formas de cambiar el pasado. En este momento creo que las categorías de tiempo sólo tienen sentido en el acomodo que nosotros le damos, más que un a priori inalterable. Pensamos el tiempo en gran medida como se nos ha enseñado a hacerlo. Luego, pasado y memoria pueden ser lo mismo. –Dejaré ahora la discusión sobre esta posibilidad de lado—. Pero esto nos permite sopesar la alternativa de pensar que podemos cambiar un sentimiento tan vivo como el odio si somos capaces de ver su inutilidad. Sin embargo, para que esto sea verdad debemos juzgar que dicho sentimiento cumple esta función que he descrito.

Frente a la consciencia de lo inútil del rencor, cuando en nuestra vida hemos encontrado junto a nuestra vulnerabilidad la capacidad de experimentar la alegría nuevamente, existe la posibilidad de la renovación de nuestra confianza en nosotros mismos.

miércoles, 9 de enero de 2008

Año Nuevo

Lo que comienza, lo que se abre, lo que toca fibras nuevas o remueve las viejas. Otra promesa. Renovemos nuestros votos, cumplamos nuestro compromiso, volvamos nuestros rostros y cara a cara besémonos nuestra frente. Te he dejado ir, aunque siempre te he querido a mi lado. En el fondo de mi corazón sé que no te marchas realmente, porque me has dejado algo: en eso se cimenta mi fe. Aunque las creencias sólo sirven para traicionarnos. Pero si alguna vez he dejado todo por ti, ahora puedo dejarte también a ti. ¡Márchate! El mar siempre suspira con su piel de animal inquieto y yo estoy triste con mi infinita nostalgia. Dios me ha dado eso, parte de su nostalgia. Puedes irte. He guardado un beso que nunca te di, que no te daré jamás pero que es tuyo, tanto como tu propia vida. El viento sueña cuando vuela, ¿lo sabías? ¡Qué dulce es el amor! y amargo. ¡Véte!, pero te amo.