miércoles, 31 de octubre de 2007

Wien se dice Wien

¿Cómo va todo?
Te me pierdes, matas tu celular. Parece que te escondes y en público no me puedo gozar de ti. Rehúyes mi mano. Me conviene tu soledad, como guante de piel negro. ¿Entiendes? Tacto contundente que te busca piel sobre piel y piel.

Me gusta tu incomodidad, como sólo te puedes ver a medias entre la oscuridad. ¿Maldecirte, llamarte tonta? Ojalá supieras lo que es ser tonta. Me parece que más estúpidos son los que están alrededor tuyo sin ver bien. Pero es un don tuyo mutarte en cosa, tener fe en serlo y renunciar a tus propias promesas. Tú también eres un mito (entre mentira e historia).

A mí en cambio me gusta pensar que sólo lo haces para esconderte, porque de otra manera serías irresistible. Es más fácil para todos creerte simple. No te perdono esa generosidad de carácter que te hace tan permeable. Me gustan las piedras redondas acariciadas por los ríos y la pesada sombra que cae sobre ellas algunas veces, mientras otras son domesticadas por el sol. Por no complicarle la vida a nadie sufres tanto, tonta. ¿Estás feliz así?
Yo no te conozco, digo que soy tu amigo.
Dame un beso cuando te despidas.

Restos en un papel mojado insistiendo sobre el amor

Amo la lluvia
Apenas descubro que también amo la noche. Inconcebible pensar que se puede querer algo que es tan opuesto a la claridad y la luz, pero amo la noche.
[Vuelve a tocar la nostalgia mis costillas para recordarme, hacerme consciente de que] A estas alturas de mi vida y encontrar que después de todo también amo la noche. [No hay sorpresa, sólo descuido]
El aire es distinto, la vida es distinta. Me he quedado en la apariencia y todo lo demás lo he inventado. Es por esto que la existencia del cuerpo es tan necesaria. A pesar de las insidias sigue siendo la certeza... [Aquí ha menguado el texto interrumpido por algo ajeno a él y lo he recuperado de un bolsillo de pantalón]


No recuerdo ya por qué he afirmado la necesidad de existencia del cuerpo. Aventuraría contra el percance de mi memoria que se debe a la peculiar experiencia que nos da frente a los demás sentidos. El cuerpo siempre me ha parecido contundente: él es también tiempo como el juego la consciencia. Tengo fe en que el interior del cuerpo en realidad no existe. La mirada médica es en verdad inoportuna y por demás imprudente. El único acto sensato que le conozco a dicha mirada es cuando después de la autopsia vacían nuevamente los órganos al interior, sin cuidarse de su original acomodo. En realidad nunca hubo tal acomodo: todo era un cálido y secreto interior. (Quizá todo ello como debía ser en posesión de su propio misterio).
El órgano como alma.
Entonces la entidad corpórea puede ser pensada como un bulto, la piel llena de algo siendo la dermis lo único importante: el instante y lo fugaz como perpetua sensación.
El cuerpo es el lugar del tiempo, la existencia como incesante presencia del sentir y frágil incentivo para búsqueda de consciencia. Espejo de imaginación y memoria, pues lo que se recuerda no es uno mismo sino la confianza en una existencia de sí: pura fantasía.
No se me mal interprete, quiero pensar que somos más un playground que una cierta entidad formal. Aunque con esta idea parezco referirme más a un campo --frente a la figura sólida--. Sin embargo, estas categorías son ajenas y parecen extrañas. Tal vez sea mejor hablar de ámbito, en cuanto tenga éste cierto parentesco con la idea de periferia y el delicioso umbral de las sensaciones. Empero parecen referirnos nuevamente a una mesurabilidad de lo humano...




Enmiendas a una carta privada

Después del supuesto anterior y la sarta de nimiedades ¿qué te puedo decir? ¿Cuáles son los resultados que mi existencia arroja los últimos días? Pequeñas actividades que no tienen un sentido más trascendental. Sólo la tosca obstinación de forjarse un acto para mantenerse otro día más. Las tentativas para una historia --una biografía-- o cualquier otra ambición existencial quedan relegadas. He aceptado no poder contribuir a ellas. Lo mismo el amor, parece un intercambio de intimidades en modos distintos. Pero parecemos, al final seres anónimos que pueden siempre acceder a vías alternas, entrecruzadas. Pues sí, arriesgando una teoría cortazariana, podríamos decir que las vidas son como carreteras. A esto he llegado después de que, empujado por el escepticismo de los días, abandoné el romanticismo callado. Así se pintan desde el amanecer las jornadas.

Deambulo por la verdad y el sueño como un péndulo oculto en carne. Mas me valdría haber nacido vagabundo, pero rara vez inciden esas extrañas circunstancias que bendicen una existencia. Ahora no hay más que esquivar a los otros con su extrema contingencia (para resguardar, tal vez, la mía). Se vuelcan como fantasmas permeados de caducidad, pero no de caducidad de vida, sino anímica. A todo esto hay que agregar la voluntaria inaccesibilidad junto a la falta de ganas por corresponder a los actos de los demás. Parece que por una extraña complicidad mutuamente nos callamos aquello que no nos podemos decir. También parece que en este rodeo de palabras he llegado nuevamente a la soledad de mi tristeza. Y eso es, hermano, lo que te he querido comunicar más allá de mis palabras.

Dime, hermano, después de todo esto (que aparenta hastío y desgano) ¿cómo están los demás? ¿Son realmente así? Tú que desde ti los conoces, con ojos como los míos ¿qué es lo que yo no he visto?

Tu Hermano.

***

La fecha original de esta carta es la siguiente: Enviado: lunes, 05 de marzo de 2001 04:28:40 a.m. La he "corregido" como si fuera reciente, a punto de enviarla, pues parece que a pesar del tiempo no hay mucho cambio en las malezas interiores. Aunque aquello que entonces fue supuesto anterior ha quedado olvidado.

Algo muy simpático es que hoy en la tarde empecé hilando el significado de intertextualidad desde un diccionario, después he leído un texto de Cortázar, quizá impelido por una inconsciente necesidad de esparcimiento. Y leyendo he visto como se autoreferencia en la escritura: desde 62/Modelo para armar hasta Rayuela, desde los varios idiomas que se "hablan" en la novela, hasta los entretejidos recuerdos ambiguos del personaje, y finalmente yo. Entonces para cerrar el juego, encontrando esta carta tan oportuna aludiendo al citado autor... El inconsciente procede de maneras misteriosas.

Por otra parte, ojalá mi sentir fuera una exuberancia igualmente elocuente para cualquier otra cosa con olor a optimismo. Pero para encontrar optimismo por la vía olfativa hay que andar como los perros. ¡Dios nos libre de tan nefasta competencia para los fieles amigos!

lunes, 8 de octubre de 2007

Anécdota

Te he buscado para saber si te encontrabas mejor, pero nadie respondió al teléfono. Ojalá todo haya sido un malestar pasajero y nada más preocupante.

Por otra parte, creo que es bueno que tu cuerpo por fin asimile un mal real en lugar de las marcas artificiales que tú le impones. Desafortunadamente lo ves como un cuerpo cristiano y no como tu propio cuerpo. Lo castigas por ser la bolsa desechable donde has puesto tu alma herida y lo hiendes como si a través de la piel pudieras reencontrarte, ubicar tu parte más esencial o tan sólo un contenido. Pero desde que eres tiempo ocupando un espacio deberías aceptar que la piel es el lugar de juego del placer. Es el cajón de arena para tus fantasías donde construyes castillos que no son de aire.

Con la piel envuelves al mundo, con tu cuerpo haces oficio de Atlas soportando físicamente todo su peso. Al menos si se trata de un virus u otro “cuerpo extraño” es algo mucho más real, que lo engendros fantasmales que llevas adentro, los cuales quieres dejar salir a medias entre tus heridas.

Alíviate,
Cúrate, es decir, cuida de ti.
Aliviánate. (Del lat. Alleviāre) 5. tr. fig. descargar de superfluidades el cuerpo o sus órganos. Ú. t. c. prnl.

miércoles, 3 de octubre de 2007

El verdadero amor es el falso Amor

El amor en ti no es un sentimiento es un cliché. Hablas de amor cuando en realidad estás hablando al paso del tiempo, de la soledad, de la caducidad de tu vientre, de tu necesidad de una familia convencional con sus momentos convencionales (una oración en la mesa, un hombre a tu lado al cual seguir y obedecer, además los hijos, ¡que son quienes realmente te hacen mujer!). La vida -en realidad el amenazante e inconfesable instinto- solicita con urgencia ecológica la preservación especial y tú transiges, pero le llamas de otra manera. Dices amor y recurres a esta palabra como justificación, acudes a lo más vulgar de ella: una sosa cursilería para domesticar tus fantasías. Es necesario, lo contrario significaría confesar una verdad intolerable.

La excepcionalidad es ya infinitamente postergada. Entras al mundo maduro de la conveniencia. Luego haces uso de sus nombres prohibidos para fingir frente a tu propia decepción, pretender ante tu desencanto. Antes, -referencia a una idea de juventud- podías atreverte a soñar, embriagarte y querer. Ahora sólo quedan las conformidades dadas en última instancia por el sueño de tu propia muerte. Los otros sueños que no tuvieron nunca un lugar en la realidad son ahora cosa del pasado. Esos mundos posibles, esos otros lugares de afluencia del misterio sobreviven en ti sólo como un gris espectro precozmente envejecido. Ciernes sobre ellos un falso silencio: el paso del tiempo es impostergable y ante la inutilidad del recurso acompañado de la verdad intolerable cedes. Entras en la rutina común para encontrar consuelo en los otros, esos seres vagos que también renunciaron con pesar a ser verdaderos.

Aquel que no se ha hundido en sí mismo y ha aceptado sus propias consecuencias no es un auténtico. Por ello existe la insistencia por atreverse a ser uno mismo. Al final amor y deber sólo pueden encontrar referencia en nosotros mismos.

Es increíble a lo que se tiene que renunciar en nombre del amor. -En verdad el puro nombre, la palabra que tristemente has vaciado, que sólo es un gesto de consuelo fruto de un pensamiento débil-. Tu verdadera renuncia es una renuncia al amor mismo. Ya la cultura popular ha denunciado la preponderancia de la costumbre por encima del amor. Aplicas con parsimonia tu compasión autocomplaciente, tu maternalismo infantil y tu feminidad insatisfecha para construir la única verdad que no reconoces: te has traicionado. Tu entrega no es verdadera, sólo estás cansada y en este momento “encontrar” el amor es la solución más sencilla: eres fanática de la intimidad conveniente. La alternativa sería salir a buscar y luego esperar como las demás mujeres que son como tú, pues la militancia por el amor está prohibida. El amor activo, ser amante, es algo que no te puedes permitir.

Lo penoso del caso es que quienes se mienten a sí mismos demandan la complicidad de los demás, como si los otros fuéramos lo suficientemente estúpidos para consentir la mentiras ajenas, para sacrificarnos por ellas... y aunque en verdad lo somos ante el amor y la muerte no caben esas concesiones. También escogeré el camino de la comodidad; elegiré una vida, un auto, una casa, una mujer, una familia, pantalones, zapatos, perfumes, libros, en fin, una marca... ¡pero me maldigo! Me maldigo a mí mismo para no hacerlo contigo -y sonrío-. Se debe reconocer y callar.

Paráfrasis elemental: consuelo de muchos, recurso de idiotas.

Mediocridad

Un hombre desnudo no es más que un simio sin pelo (no hay aquí ninguna referencia a algún cartoon particular). No se trata de que extirpemos la dignidad animal -préstamo iluso y exageración esa tal dignidad animal-, sino señalar la flaqueza, la miseria, la vergüenza y el abandono de nuestra humanidad. Un simio vestido sería algo ridículo, pero lo sería menos que un hombre desnudo. Para evitar el espectáculo grosero de sus miserias el hombre se viste. Procura evitar rápidamente la vergüenza de sus momentos de desabrigo y se encubre en el pudor. El vestido es un afán de distancia respecto a la naturaleza, una negación más que una adaptación. Un accesorio de la inteligencia supletorio de una falta de espíritu y vitalidad.

No es por halagar a la nostalgia del retrógrado, más bien hacer ver la artificialidad de esa misma nostalgia. No hay nada perdido para siempre, tampoco un nunca se tuvo: ni un paraíso perdido ni una tierra prometida (ni siquiera una promesa de buena muerte). Todo deberá hacerse, rehacerse y destruirse por complicidad con la fuerza, la propia fuerza.

Mi voto va en una orientación particular: lo que verdaderamente existe es una potencia de la imaginación, lo más salvaje del ser humano. Imaginación que puede desnudarse y ser así temible, desconcertante y embriagadamente visionaria o falsaria. No importa. Imaginación que va entre la desnudez y el ropaje, porque le son indiferentes. La verdadera naturaleza del hombre, incluso su inteligencia es la imaginación. Tampoco lo es el Deseo, que es inconcebible. Igualmente la animalidad es inconcebible, porque ya no es nuestra; precisamente por exclusión: es sólo de los animales. Nuestra relación con ellos es tan cercana como aquella que mantenemos con la materia (sin denostarla). Somos seres distintos, mas no por lo que estamos hechos, lo somos por lo que hacemos. Una imaginación animal siempre será misterio infranqueable, desde ahí la reconocemos -el misterio se debe respetar, no perdonar-. Nos parecerá siempre en comunión con algo inherentemente vedado. Quién sabe.

La imaginación me parece una incitación, la de arrancarme la humanidad a mí mismo. -Otra diferencia el Deseo excita, la imaginación incita-. Una urgencia por el más allá. No un desolado y seco más allá, sino derrotar al silencio y la oscuridad como causas radicales (se puede postular en lugar del silencio y la oscuridad cualquier otra cosa: p. e. lo sagrado e inmaculado son ideas de semejante valor). Llegar a lo innombrable para ejercer el juego de los nombres, para bautizar con llamas nuevos continentes, para reventarse y renacer.

Esas malditas sirenas

Existe una mujer generosa. Ella siempre es culpable. La comodidad del varón no ha conocido una estación mejor que la permisibilidad mujeril. Cualquier sobresalto es evitado, cualquier malestar evadido, ella ha dicho sí y todo vuelve a su estado natural: la sumisión.

La vacilación masculina cede ante una mujer que solícita ha elegido la vocación por el martirio. Lo más oscuro se halla domesticado. El signo ha muerto y nacido la esposa (la espuria). Ella podrá ser sustituida por el amor mercenario. No existe más la amenaza real ni abstracta, tampoco hay extrañeza ante el secreto ajeno. La mujer no se ha cerrado, pero se ha encerrado. La posesión, ya por dinero o por contrato, pretende negar lo femenino, clausurar la umbrosa fuente simbólica --eso que sólo el hombre ve, huele y teme. ¡Cuán dueñas son de nuestro sueño las maliciosas mujeres!

Corolario innecesario.
Supe que una mujer me ama: me dio la razón.
Quien mata el misterio muere.
Las mujeres también mueren víctimas de su propio holocausto.

Lilith

Las mujeres que no gustan dormir bajo nosotros a la hora del sexo, no son mujeres son demonios. No merecen un lugar en la historia, sólo en los márgenes del mito oscuro.
Las mujeres que creen ser iguales a los hombres, no son mujeres son genios malévolos.
Me harta esta conveniencia.

No digo que haya que ceder al capricho (único eterno) femenino. Aunque tampoco estoy seguro de la pertinencia de verlas como seres humanos castrados. Sin embargo, estas cadenas las redimen, exculpa a cada una de ellas, y por un lado perverso, las vindica. Encierra un poder en esa pequeña concavidad que las determina y al cual el hombre renuncia. Ironía, ahí no entra la luz. Centurias de higiene y medicina no han hecho más que sacralizar el seno materno. La ciencia no penetra, ¡es impotente! La tierna madre que pare fue la mujer que se entregó al fiero celo animal. El hombre únicamente da un paso atrás cuando se detiene a pensar. Tiene que beber del alcohol del instinto para no temer y vivir borracho si quiere tener fortuna con las mujeres. De otra manera esto no es posible y ¿quién sabe?, tampoco necesario. Reconocer otra cosa es ceder el dominio de la naturaleza (el genuino dominio) a esa caverna hecha altar. Si las mujeres son demonios es por otra causa, por la cobardía de unos cuantos que se ha hecho de muchos. ¡Y esos cuantos son unos castrados!

Hay que echar luz hacia otro lado y la mujer se iluminará.

De cualquier manera cabe una previsión, que si bien es tachada de misógina (tercera ironía de esta noche) es la única que nos conjura de una falsa seguridad:

¿Vas con mujeres? ¡No olvides el látigo!
(Nietzsche).

La raíz de la estupidez

El problema de raíz es que posamos nuestros pies sobre la tierra. Nos conectamos con todo a través de la piel. Sin ella desaparecemos... o quizás somos sólo indistinguibles.
En fin, el punto es que de alguna manera lo que sale de nosotros, por ejemplo, nuestras palabras, vienen a ser parte de la tierra, aunque se pierdan al momento. Tal vez sea lo más parecido a sembrar: las palabras son llevadas por el viento, más tarde nosotros también lo seremos. Ahora queda suponer que el aire corre hacia algún lugar o no va hacia ningún lado. Pensar que va a ningún lugar es confortador, pues hasta ahí llega todo. Pero si tiene un destino, aunque sea oscuro, siempre habrá una oportunidad para la luz.

Sé que algunas veces no debo decirte las cosas mal, pues estaré sembrando el aire de los fantasmas que alcanzaré alguna vez. Estaremos ahí todos. Sin embargo, no hay nada más persistente que la estupidez, probablemente porque a su vez tenga su raíz hundida en la pasión más elemental.
No es excusa, sino confesión. Tú sabes que tengo también palabras bellas para ti.
Sólo ven y abre mi boca.
...
Amar é pensar.
E eu quase que me esqueço de sentir só de pensar nela (Pessoa).

Contra la existencia

La existencia no es una presencia.

La existencia no es un pensamiento.

La existencia no es solamente
un sentimiento.

No es tampoco, como piensan algunos,
pura voluntad.

La existencia no es material. Pero
cuantas veces la he saboreado
en el azúcar.

La existencia no es inmaterial.
Aunque muchas veces la he confundido
con un fantasma de colores oscuros.

La existencia no es cobardía ni arrojo.
No es un flato, mucho menos un flato puro.

La existencia no está ahí. No es la noche
infinita ni la nada angustiante.

La existencia es complicada, pero no sólo eso.

La existencia puede ser tan sencilla
como un pan.

La existencia no está en los animales,
ni en las piedras,
menos en el hombre.

La existencia no es algo meramente
artificial.

La existencia no puede ser trascendental.
Tampoco puede llamarse ser.

Todas las historias

La piel cuenta historias, el roce las
multiplica. Piel sobre piel y piel.
En abecedario traslucido palpita
el cadencioso instante.
Entra en los poros la saliva,
se encuentra con la sal.

Cadmio, bromo y calcio, tu interior.

Vibración violenta de masas, gas agitado y caliente.
Dos más dos, uno sobre uno.
La verdad cruda es un gesto viscoso.