
Las mujeres que creen ser iguales a los hombres, no son mujeres son genios malévolos.
Me harta esta conveniencia.
No digo que haya que ceder al capricho (único eterno) femenino. Aunque tampoco estoy seguro de la pertinencia de verlas como seres humanos castrados. Sin embargo, estas cadenas las redimen, exculpa a cada una de ellas, y por un lado perverso, las vindica. Encierra un poder en esa pequeña concavidad que las determina y al cual el hombre renuncia. Ironía, ahí no entra la luz. Centurias de higiene y medicina no han hecho más que sacralizar el seno materno. La ciencia no penetra, ¡es impotente! La tierna madre que pare fue la mujer que se entregó al fiero celo animal. El hombre únicamente da un paso atrás cuando se detiene a pensar. Tiene que beber del alcohol del instinto para no temer y vivir borracho si quiere tener fortuna con las mujeres. De otra manera esto no es posible y ¿quién sabe?, tampoco necesario. Reconocer otra cosa es ceder el dominio de la naturaleza (el genuino dominio) a esa caverna hecha altar. Si las mujeres son demonios es por otra causa, por la cobardía de unos cuantos que se ha hecho de muchos. ¡Y esos cuantos son unos castrados!
Hay que echar luz hacia otro lado y la mujer se iluminará.
De cualquier manera cabe una previsión, que si bien es tachada de misógina (tercera ironía de esta noche) es la única que nos conjura de una falsa seguridad:
¿Vas con mujeres? ¡No olvides el látigo!
(Nietzsche).
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