Un hombre desnudo no es más que un simio sin pelo (no hay aquí ninguna referencia a algún cartoon particular). No se trata de que extirpemos la dignidad animal -préstamo iluso y exageración esa tal dignidad animal-, sino señalar la flaqueza, la miseria, la vergüenza y el abandono de nuestra humanidad. Un simio vestido sería algo ridículo, pero lo sería menos que un hombre desnudo. Para evitar el espectáculo grosero de sus miserias el hombre se viste. Procura evitar rápidamente la vergüenza de sus momentos de desabrigo y se encubre en el pudor. El vestido es un afán de distancia respecto a la naturaleza, una negación más que una adaptación. Un accesorio de la inteligencia supletorio de una falta de espíritu y vitalidad.
No es por halagar a la nostalgia del retrógrado, más bien hacer ver la artificialidad de esa misma nostalgia. No hay nada perdido para siempre, tampoco un nunca se tuvo: ni un paraíso perdido ni una tierra prometida (ni siquiera una promesa de buena muerte). Todo deberá hacerse, rehacerse y destruirse por complicidad con la fuerza, la propia fuerza.
Mi voto va en una orientación particular: lo que verdaderamente existe es una potencia de la imaginación, lo más salvaje del ser humano. Imaginación que puede desnudarse y ser así temible, desconcertante y embriagadamente visionaria o falsaria. No importa. Imaginación que va entre la desnudez y el ropaje, porque le son indiferentes. La verdadera naturaleza del hombre, incluso su inteligencia es la imaginación. Tampoco lo es el Deseo, que es inconcebible. Igualmente la animalidad es inconcebible, porque ya no es nuestra; precisamente por exclusión: es sólo de los animales. Nuestra relación con ellos es tan cercana como aquella que mantenemos con la materia (sin denostarla). Somos seres distintos, mas no por lo que estamos hechos, lo somos por lo que hacemos. Una imaginación animal siempre será misterio infranqueable, desde ahí la reconocemos -el misterio se debe respetar, no perdonar-. Nos parecerá siempre en comunión con algo inherentemente vedado. Quién sabe.
La imaginación me parece una incitación, la de arrancarme la humanidad a mí mismo. -Otra diferencia el Deseo excita, la imaginación incita-. Una urgencia por el más allá. No un desolado y seco más allá, sino derrotar al silencio y la oscuridad como causas radicales (se puede postular en lugar del silencio y la oscuridad cualquier otra cosa: p. e. lo sagrado e inmaculado son ideas de semejante valor). Llegar a lo innombrable para ejercer el juego de los nombres, para bautizar con llamas nuevos continentes, para reventarse y renacer.
No es por halagar a la nostalgia del retrógrado, más bien hacer ver la artificialidad de esa misma nostalgia. No hay nada perdido para siempre, tampoco un nunca se tuvo: ni un paraíso perdido ni una tierra prometida (ni siquiera una promesa de buena muerte). Todo deberá hacerse, rehacerse y destruirse por complicidad con la fuerza, la propia fuerza.
Mi voto va en una orientación particular: lo que verdaderamente existe es una potencia de la imaginación, lo más salvaje del ser humano. Imaginación que puede desnudarse y ser así temible, desconcertante y embriagadamente visionaria o falsaria. No importa. Imaginación que va entre la desnudez y el ropaje, porque le son indiferentes. La verdadera naturaleza del hombre, incluso su inteligencia es la imaginación. Tampoco lo es el Deseo, que es inconcebible. Igualmente la animalidad es inconcebible, porque ya no es nuestra; precisamente por exclusión: es sólo de los animales. Nuestra relación con ellos es tan cercana como aquella que mantenemos con la materia (sin denostarla). Somos seres distintos, mas no por lo que estamos hechos, lo somos por lo que hacemos. Una imaginación animal siempre será misterio infranqueable, desde ahí la reconocemos -el misterio se debe respetar, no perdonar-. Nos parecerá siempre en comunión con algo inherentemente vedado. Quién sabe.
La imaginación me parece una incitación, la de arrancarme la humanidad a mí mismo. -Otra diferencia el Deseo excita, la imaginación incita-. Una urgencia por el más allá. No un desolado y seco más allá, sino derrotar al silencio y la oscuridad como causas radicales (se puede postular en lugar del silencio y la oscuridad cualquier otra cosa: p. e. lo sagrado e inmaculado son ideas de semejante valor). Llegar a lo innombrable para ejercer el juego de los nombres, para bautizar con llamas nuevos continentes, para reventarse y renacer.
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