Existe una mujer generosa. Ella siempre es culpable. La comodidad del varón no ha conocido una estación mejor que la permisibilidad mujeril. Cualquier sobresalto es evitado, cualquier malestar evadido, ella ha dicho sí y todo vuelve a su estado natural: la sumisión.
La vacilación masculina cede ante una mujer que solícita ha elegido la vocación por el martirio. Lo más oscuro se halla domesticado. El signo ha muerto y nacido la esposa (la espuria). Ella podrá ser sustituida por el amor mercenario. No existe más la amenaza real ni abstracta, tampoco hay extrañeza ante el secreto ajeno. La mujer no se ha cerrado, pero se ha encerrado. La posesión, ya por dinero o por contrato, pretende negar lo femenino, clausurar la umbrosa fuente simbólica --eso que sólo el hombre ve, huele y teme. ¡Cuán dueñas son de nuestro sueño las maliciosas mujeres!
Corolario innecesario.
Supe que una mujer me ama: me dio la razón.
Quien mata el misterio muere.
Las mujeres también mueren víctimas de su propio holocausto.
miércoles, 3 de octubre de 2007
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