Las cosas sencillas como el chocolate y la lluvia son para mí consuelos de dimensiones metafísicas para los pesares de la existencia. Paliativos tan modestos deberían darme claras nociones del valor de la existencia y la importancia de sus efectos. Sin embargo, todos estamos tentados a existir y prolongarnos con inaudita persistencia contra el aire y las estaciones. Es ridículo el valor que como sociedades hemos aprendido a dar a tantas cosas tan etéreas por su mustia ligereza. Tan orgullosamente ignorantes somos.
Eso me recuerda la belleza de algunas compañeras que cruzan su camino con el mío. Hablaría de bellezas terriblemente angelicales, sin hacer caso de la cursilería, aquellas que me orillan a los sobresaltos internos, a las conmociones y al refrendo del ridículo (al cual obligan sin intención y con mi complacida anuencia). Pero al respecto cabe nada como el consuelo. Es una devastadora emboscada contra los sentimientos, aquellos que las tradiciones nos han impelido a doblegar resultando en los más dispares fracasos.
Eso me recuerda la belleza de algunas compañeras que cruzan su camino con el mío. Hablaría de bellezas terriblemente angelicales, sin hacer caso de la cursilería, aquellas que me orillan a los sobresaltos internos, a las conmociones y al refrendo del ridículo (al cual obligan sin intención y con mi complacida anuencia). Pero al respecto cabe nada como el consuelo. Es una devastadora emboscada contra los sentimientos, aquellos que las tradiciones nos han impelido a doblegar resultando en los más dispares fracasos.
La belleza de una mujer parece prometer alivio, pero nada más engañoso que esta panacea encarnada: ella no atrapa una alma, sino a un demonio, en el más antiguo de los sentidos. Aunque pecando de romanticismo y misoginia puedo afirmar que las mujeres son ocasión para despertarnos, sin poder decir exactamente qué.
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But we loved with a love that was more than love (Poe).
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